Señora no me vea así, le he dicho muchas veces que no creo en fantasmas así que deje de
visitarme por las noches, regrese al espejo de dónde salió y por favor no vuelva nunca más.
El hombre de las camisas blancas espera ansioso la llegada del fin de semana para sentirse libre. El sábado, apenas marque el reloj las dos de la tarde, correrá a encerrase en su cuarto para zambullirse en la más profunda de las soledades.
Me pregunto por qué los perros no quieren a los carteros. ¿Será el silbato, el carisma, el color del
uniforme, el contenido de los sobres? O será porque siempre llaman dos veces.
El domador esperaba ver mi expresión al sentir la falta de oxígeno. Yo ver la suya cuando girara y quedáramos frente a frente. Esa fue la última vez que nadamos juntos.
Sentado en el sofá no deja de observarla, los movimientos cadenciosos que realiza lo conducen hacia una
profunda introspección. Tiene mucho en que pensar y poco tiempo para hacerlo pues la llama de la vela que acapara su atención difícilmente sobrevivirá la noche.
De ninguna manera me molesta la paz y tranquilidad que la madrugada ofrece, pero sigo sin entender por qué estoy despierto a esta hora. ¿Será la edad?, ¿Los problemas del día a día?, ¿El café de la cena? o simplemente que Morfeo dijo: ¡Basta! me cansé de tenerte entre mis brazos.
Te desesperas, te alegras, te pones triste, melancólico, te enojas, te contentas, gritas, ríes, lanzas bendiciones, lloras, le haces las horas maravillosas a algunos y un infierno a otros y al final del día... no pasó, ni pasa, ni pasará nada.